Les comunicamos que dentro de un
cuarto de hora el Corte Ingles cerrará sus puertas… Lola escuchó el mensaje con
un suspiro de alivio. Tenía quince minutos para recoger el pedido que había
encargado en la pescadería, suponía casi la mitad de su sueldo, pero aquella
noche quería celebrar el segundo aniversario de boda con una cena romántica
para dos.
Con los
tobillos hinchados, después de pasar todo el día de pie, abandonó los grandes
almacenes confundida entre los clientes que esperaban hasta el último momento
para hacer sus compras. De camino al metro pensaba: Cuando me toque la
primitiva, lo primero que haré, será decirle al jefe que se meta el miserable
salario de dependienta por donde le quepa.
Mientras tanto
solo esperaba encontrar un asiento libre para poder leer tranquila de regreso a
casa. Su rapidez de reflejos y dos bruscos empujones lograron situarla en el
único sitio libre del vagón. Después de colocar la caja de marisco sobre las
piernas, sacó del bolso “Los pájaros de Bangkok”, era una apasionada de la
novela negra y Montalbán su autor de culto.
Cuando por fin
traspasó la puerta de su hogar le faltó tiempo para cambiar los zapatos por
unas cómodas pantuflas. Tras dejar la apetitosa carga encima de la encimera llenó
una olla con agua; mientras arrancaba el hervor, se dirigió al saloncito y
dispuso sobre la mesa el mantel de hilo regalo de la abuela, después distribuyó
la vajilla cuidadosamente, adornándola con un candelabro de dos velas,
satisfecha del resultado dejó el salón en penumbra disponiéndose a preparar la
cena.
Limpió y
troceó las zanahorias, el apio y la cebolla, echándolas en el perol, después
añadió una hoja de laurel, dos ramitas de tomillo fresco y un vasito de vino
blanco. Solo faltaba el ingrediente principal: Las langostas.
Abrió con
aprensión el recipiente que contenía dos enormes ejemplares; aunque eso de
arrojar un animal vivo dentro de una cacerola con agua hirviendo le daba
repelús, ya era tarde para sensiblerías. Al alargar las manos para “proceder a
la ejecución” sintió el doloroso pellizco de unas tenazas estrujándole un dedo.
Uno de los crustáceos había conseguido cortar las gomas que sujetaban sus
pinzas esgrimiéndolas amenazante.
Emitiendo
inquietantes chillidos logró escalar el encierro de poliespan, correteando
atolondrado a través del mármol, de pronto tomando impulso, dio un salto
cayendo frente a la desconcertada joven. Aterrada vio cómo se lanzaba sobre sus
pies intentando atacarla, pero no estaba dispuesta a quedarse sin la suculenta
cena. Armada con una escoba inició la cacería de la langosta rebelde, que
corriendo a través del pasillo desapareció sin dejar rastro.
Lola, después
de recorrer a gatas el minúsculo piso sin localizarla, dándose por vencida, decidió
cocinar a la “compañera cobarde”, acompañándola con una guarnición de
hortalizas. Aferrando el caparazón de la víctima con unas pinzas metálicas, se
disponía a arrojarla al puchero, cuando sintió que la atacaban por la espalda,
oprimiéndole el cuello hasta la asfixia con dos cortantes tenazas.
Poco después
llegó Jaume, entró de puntillas en la cocina intentando sorprender a su mujer
con un ramo de flores. La encontró tirada en el suelo, tenía la garganta
desgarrada por terribles heridas, el rostro cianótico dibujaba la expresión del
terror sufrido en sus últimos segundos de vida. Mientras en una gran marmita se
cocían “Los pájaros de Bangkok” en medio de un caldo de verduras.
Boníssim, M. Jesús!
ResponEliminaLa llagosta assassina!!!
Ja, ja, ja, Anna. M'agrada que t'agradi.
ResponElimina