dilluns, 10 de març del 2014

La cena de aniversario (M. Jesús Mandianes)

Les comunicamos que dentro de un cuarto de hora el Corte Ingles cerrará sus puertas… Lola escuchó el mensaje con un suspiro de alivio. Tenía quince minutos para recoger el pedido que había encargado en la pescadería, suponía casi la mitad de su sueldo, pero aquella noche quería celebrar el segundo aniversario de boda con una cena romántica para dos.
Con los tobillos hinchados, después de pasar todo el día de pie, abandonó los grandes almacenes confundida entre los clientes que esperaban hasta el último momento para hacer sus compras. De camino al metro pensaba: Cuando me toque la primitiva, lo primero que haré, será decirle al jefe que se meta el miserable salario de dependienta por donde le quepa.
Mientras tanto solo esperaba encontrar un asiento libre para poder leer tranquila de regreso a casa. Su rapidez de reflejos y dos bruscos empujones lograron situarla en el único sitio libre del vagón. Después de colocar la caja de marisco sobre las piernas, sacó del bolso “Los pájaros de Bangkok”, era una apasionada de la novela negra y Montalbán su autor de culto.
Cuando por fin traspasó la puerta de su hogar le faltó tiempo para cambiar los zapatos por unas cómodas pantuflas. Tras dejar la apetitosa carga encima de la encimera llenó una olla con agua; mientras arrancaba el hervor, se dirigió al saloncito y dispuso sobre la mesa el mantel de hilo regalo de la abuela, después distribuyó la vajilla cuidadosamente, adornándola con un candelabro de dos velas, satisfecha del resultado dejó el salón en penumbra disponiéndose a preparar la cena.
Limpió y troceó las zanahorias, el apio y la cebolla, echándolas en el perol, después añadió una hoja de laurel, dos ramitas de tomillo fresco y un vasito de vino blanco. Solo faltaba el ingrediente principal: Las langostas.
Abrió con aprensión el recipiente que contenía dos enormes ejemplares; aunque eso de arrojar un animal vivo dentro de una cacerola con agua hirviendo le daba repelús, ya era tarde para sensiblerías. Al alargar las manos para “proceder a la ejecución” sintió el doloroso pellizco de unas tenazas estrujándole un dedo. Uno de los crustáceos había conseguido cortar las gomas que sujetaban sus pinzas esgrimiéndolas amenazante.
Emitiendo inquietantes chillidos logró escalar el encierro de poliespan, correteando atolondrado a través del mármol, de pronto tomando impulso, dio un salto cayendo frente a la desconcertada joven. Aterrada vio cómo se lanzaba sobre sus pies intentando atacarla, pero no estaba dispuesta a quedarse sin la suculenta cena. Armada con una escoba inició la cacería de la langosta rebelde, que corriendo a través del pasillo desapareció sin dejar rastro.
Lola, después de recorrer a gatas el minúsculo piso sin localizarla, dándose por vencida, decidió cocinar a la “compañera cobarde”, acompañándola con una guarnición de hortalizas. Aferrando el caparazón de la víctima con unas pinzas metálicas, se disponía a arrojarla al puchero, cuando sintió que la atacaban por la espalda, oprimiéndole el cuello hasta la asfixia con dos cortantes tenazas.
Poco después llegó Jaume, entró de puntillas en la cocina intentando sorprender a su mujer con un ramo de flores. La encontró tirada en el suelo, tenía la garganta desgarrada por terribles heridas, el rostro cianótico dibujaba la expresión del terror sufrido en sus últimos segundos de vida. Mientras en una gran marmita se cocían “Los pájaros de Bangkok” en medio de un caldo de verduras.

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