Las pupilas aceradas centelleaban frente al
espejo, intentando descubrir entre las sombras los rasgos de su cara, la esbeltez de la
figura, el porte distinguido que había sabido mantener a lo largo de los
siglos.
Pero el cristal se empeñaba en reflejar el borrón
de una silueta sin definir, dominada por la mirada despiadada de un depredador
acostumbrado a matar para sobrevivir.
Le bastó un solo golpe para quebrar la superficie
transparente, convirtiéndola en un puzzle de múltiples facetas, que cayeron sobre el suelo, transformándolo
en una alfombra de astillas
relucientes crujiendo bajo el
peso de sus pies, descargando la
desesperación acumulada en una vida inacabable.
Impotente repasaba con sus manos las facciones,
intentando conservar su identidad antes de que la memoria se sumergiera en una
laguna de olvido. Recordaba que había sido el
juglar más solicitado por las damas de la corte del rey Arturo. Valiente
caballero cruzado, luchando en Jerusalén contra los infieles. Temerario
aventurero atravesando los Capados hacia la misteriosa Transilvania, dispuesto
a probar su valor luchando contra
fuerzas oscuras… nunca tuvo claro si aquella última batalla acabo en una
victoria o en la más terrible derrota.
A partir de entonces se convirtió en un príncipe de corazón frío como el hielo,
incapaz de sentir amor ni piedad por nadie. Su vida era una sucesión de días
hundido en un letargo cercano a la muerte, del que solo despertaba al llegar la
noche, transformado en cazador nocturno aprendió a mimetizarse de acuerdo a las
circunstancias de cada época: Mano derecha de Stalin, carcelero en un campo de
concentración y ahora disc-jockey en una discoteca de moda.
Era tan fácil cazar a sus presas que ya no sentía
ninguna emoción. Acercándose al cuerpo
inerte de Sara se estremeció al recordar que hacía solo unas horas había jurado
que lo seguiría hasta la muerte.
Hastiado de tanta sangre desvió la mirada hacia el horizonte, descubriendo que
comenzaba a amanecer.
Con gesto decidido dirigió los ojos al Sol,
emulando a Ícaro, se elevó ascendiendo por encima de las nubes entre aullidos
de dolor al sentir los rayos quemándolo
lentamente. Después le invadió una calma que no sentía desde hacía mucho tiempo,
mientras el cuerpo se fundía convertido en una nube de polvo cayendo sobre el
cadáver de su última víctima.
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