de diagonales líquidas,
frágiles agujas de cristal
rotas sobre la superficie
de un bosque de hormigón.
Simetría cóncava
de paraguas oscuros,
improvisados tambores
marcando el plácido ritmo
de las gotas de lluvia.
Sombras irisadas del asfalto,
charcos de ondas
efímeras,
refugio último, éter acuoso
para las hojas muertas
de los árboles ciudad.
Sus ramas combadas
por ráfagas de viento
son brazos fantasmales,
ilusión óptica bajo la luz
triste y pálida de noviembre.
Paisaje urbano desdibujado
entre la neblina borrosa,
surcada por pájaros de metal,
tachonada de antenas parabólicas,
y torres de
telecomunicaciones.
Pregoneros de la realidad virtual
anuncian desde plasmas hipnóticos,
oráculos en las “casas inteligentes”,
que a los pueblos y montes olvidados
ha regresado la estación de terciopelo.
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