La aurora aún se desperezaba, pero como cada día tuve que montar mi
monotonía en el autobús y me apresuré a buscar un asiento para reposar mis
sueños ya dormidos.
Avisté dos que estaban vacíos. Me senté. Enfrente,
descansaban sentadas dos pares de manos, ambas con alianza.
Unas eran arrugadas, ásperas, con uñas cortadas a dentelladas,
las otras blancas, suaves y finamente recortadas.
Las unas con cara cansada y grandes entradas iban
peinadas con los dedos, las otras indolentes, de pelo cano y milimétricamente
peinado, lucían una barba perfectamente recortada.
Las unas vestían pantalón de pana y se cubrían con
un gastado polar a cuadros, las otras vestían pantalón de tergal, camisa de
marca, gabardina, sombrero y guantes.
Las unas protegían sus pies con botas de rebajas,
las otras calzaban Martinelli.
Las unas llevaban un reloj de mercadillo, las
otras un Viceroy de joyería cara.
Las unas asían una bolsa de deporte ya gastada,
las otras un maletín de piel y cierre con combinación.
Las unas con sonrisa rojiza y tibia de otoño, las
otras con labios cerrados y helados de invierno.
Las unas olían a cansancio lavado con agua fría,
las otras a perfume fatuo que se evapora con el tiempo.
Las unas abiertas con calidez de octubre, las
otras cerradas con talante de enero.
Las unas sosteniendo la vida entre rayos de soles,
las otras falsamente encajadas con la noche.
Las unas cargadas de trabajo, sudor y desengaños,
las otras vacías de felicidad.
Estaba sentado frente a las unas, al bajar me
sonrieron. Las otras quedaron
imperturbables en su trono de soledad y silencio.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada